Nosotros contentos y ellos sufriendo

Por: Tomás Giraldo Restrepo

 

Vamos directo al grano. Mi opinión es sí a la eutanasia, y sí para cualquier enfermedad y edad. Siempre y cuando, el paciente considere que su vida ha dejado de ser diga y manifieste de forma clara, informada, completa y precisa, su deseo a una muerte asistida; o en caso de verse impedido, lo hagan así sus familiares, padres y un médico especialista en la enfermedad siendo tratada.

Aterricemos el tema a un contexto local. Aunque Colombia persigue a los países desarrollados en temas de educación, anticorrupción, seguridad, equidad de género y disminución de pobreza; es increíble ver que llevamos la delantera en esta cuestión. De hecho, actualmente solo siete países a nivel mundial tienen la eutanasia legalizada, y Colombia es el único en América Latina1.

Desde el 2015, al menos 157 personas en nuestro país han decidido utilizar este proceso para finalizar su sufrimiento y morir dignamente. Sin embargo, por más de que la eutanasia ya está regularizada, aún no está reglamentada, y como consecuencia, se encuentra en un turbulento espacio gris.

De hecho, después de la legalización, la Corte Constitucional se tomó cinco años para autorizar la eutanasia en personas sin una enfermedad en estado terminal. Fue seis meses después, el 7 de enero del 2021, que Víctor Escobar se convirtió en el primer paciente colombiano sin una enfermedad terminal en utilizar este procedimiento. Seguido un día después por Martha Sepúlveda, mujer a quien se le aceptó, luego se le rechazó, y luego se le volvió a conceder su petición2.

Pero la verdad es que probablemente los casos llevados a cabo en Colombia no son 150, sino más de mil; y con toda seguridad Escobar y Sepúlveda no fueron los primeros a quienes se les práctico una muerte asistida sin padecer una enfermedad terminal.

Lo anterior lo afirmo con seguridad, al presenciar dos casos que se acercan al tema. El primero, mi abuelo materno, quien al sufrir una etapa avanzada de demencia senil y una serie de aneurismas, se encontraba en un estado en el que nuestra familia y sus médicos lo consideraban degenerativo e indigno. La decisión que se tomó fue “ayudarlo a descansar” con unos medicamentos que poco a poco lo irían durmiendo. Esto, junto a la disminución paulatina en la cantidad de comida recibida, conducirían eventualmente, a una muerte indolente. Sin embargo, falleció antes de que empezara el procedimiento. El segundo, mi abuela paterna, quien después de cuatro años con un cáncer que repetitivamente hacía metástasis, reiteró su decisión por voluntad propia, de entrar en un estado de coma artificial, que al cabo de 48 horas le permitiría dejar de sufrir. Así sucedió.

Ni mi familia se considera asesina por planear asistir a mi abuelo en su muerte; ni a mi abuela la recordamos como suicida por decidir ponerle fin a su agonía. Y aunque en ninguno de los dos casos se planteó la posibilidad de una inyección letal, sí se trató, a mi modo de ver, de una eutanasia “por debajo la mesa”.

No obstante, para no entrar en ese mundo complejo, controversial y delicado, preferimos llamar a estos procedimientos: medicina paliativa o sedación terminal. ¿La diferencia? Ninguna. En ambos casos el objetivo final es asistir al paciente a morir. A morir dignamente.

Pero entonces, ¿por qué el término de eutanasia y su práctica oficial la dejamos en ese limbo del “sí pero no”? La respuesta, y nuevamente a mi modo de ver, está sujeta a los fuertes debates culturales y religiosos que causa.

Por un lado, culturalmente existe la idea de que renunciar a la vida es un acto de cobardía. Por ejemplo, Wesley Smith3, columnista de “First Things”, lo manifiesta de la siguiente manera: “una vez que una sociedad acepta la nociva noción de que matar es una respuesta aceptable al sufrimiento humano, la definición de “sufrimiento” nunca deja de ampliarse”. Por su parte, el psiquiatra Manuel Bousoño4 expresa que: “abrir la puerta a la eutanasia facilita la devaluación del valor de la vida, y debe lucharse por preservarla libre de sufrimiento y no por eliminarla”.

Por otro lado, personas como Asunción Álvarez, presidenta de la Federación Mundial de Sociedad por el Derecho a Morir, explican que la iglesia católica tiene aún una gran influencia para imponer sus creencias e ir en contra del procedimiento. El Papá Francisco5 twitteó en el 2019 lo siguiente: “la eutanasia y el suicidio asistido son una derrota para todos. La respuesta que hemos de dar es no abandonar nunca a quien sufra, no rendirnos, sino cuidar y amar a las personas para devolverles la esperanza”.

Pero, ni los argumentos culturales, ni los religiosos son, en mi opinión, lo suficientemente convincentes. Ya que si la eutanasia por definición es el acto de terminar la vida de una persona para aliviar su sufrimiento6; no es esto lo mismo que ¿devolverle la esperanza a través de la muerte? Si un ser amado cree que la mejor forma de cuidar de él es al dejarlo ir; ¿no sería entonces falta de amor amarrarlo a una vida que no quiere vivir?

Si bien, concuerdo con Wesley Smith en que la noción de sufrimiento no dejaría de ampliarse. Y con Manuel Bousoño en que debe lucharse por preservar la vida libre de sufrimiento. No concuerdo con el hecho de que ambos argumentos están generalizando el concepto de dolor, como si todos padeciéramos por las mismas dolencias en una misma escala.

Por un lado, la noción de sufrimiento, independiente de si existe eutanasia o no, nunca dejará de ampliarse, porque el sufrimiento es relativo a cada individuo, y por ende, imposible de ser medido. Por otro lado, en la vida debe lucharse por mantener la vida libre de sufrimiento, pero es decisión de cada persona decidir hasta qué punto batalla.

En otras palabras, la gente en contra de la eutanasia tiende a fundamentar su argumento en que “debemos buscar solución al sufrimiento de otros antes que dejarlos morir”. Pero ¿qué pasa si para la persona en cuestión no es así? ¿Qué pasa si para el paciente ya no hay solución ¿Qué pasa si para él o ella su única paz es la muerte? Entonces en ese caso, quedarnos con la idea de que “ofrezcamos tratamiento y apoyo, y que vivan así les cueste” es un acto de egoísmo, de intolerancia, de frialdad y de indiferencia.

¿Quién distinto a mis abuela tiene la capacidad de decidir cuánto peso tiene su sufrimiento? ¿Quién más que ella sabe cuándo es suficiente? ¿Quién puede decidir lo mismo sobre, Víctor Escobar o Martha Sepúlveda? Nadie. Solo ellos dimensionan lo que sienten y lo que soportan. Y por ende, solo ellos pueden elegir cómo afrontar el futuro. Y si su futuro implica una muerte asistida, que así sea.

Por lo tanto, y como mencioné al principio, la eutanasia debería ser permitida para cualquier enfermedad y en cualquier etapa de vida. Idealmente, ésta debería ser elegida de forma clara, precisa y voluntaria por cada paciente, mientras tenga total conciencia sobre la elección, como hizo Sepúlveda, Escobar y mi abuela. En el caso de que el paciente se encuentra en un estado vegetativo, sin la capacidad de elegir por sí mismo y sin haber expresado sus intenciones con antelación, como fue el caso de mi abuelo; la decisión debería quedar en manos de sus responsables/familiares y de un doctor profesional. Siempre y cuando el proceso legal confirme que las intensiones no son otras a librarlo de su sufrimiento.

Finalmente, e incluso mejor aún, sería que la eutanasia se convirtiera en parte del testamento de vida de todos nosotros. Así como escogemos si seremos cremados o sepultados, a quién le dejaremos herencia y en qué cantidad, cuáles órganos estamos dispuestos a donar… deberíamos manifestar con suficiente tiempo, en qué casos, a qué edad, y en qué circunstancias, se nos debería asistir a morir con dignidad.

 

Referencias

1. BBC News Mundo. (11 de octubre de 2021). Eutanasia: los 7 países del mundo donde es una práctica legal (y cuál es la situación en América Latina). Obtenido de BBC News Mundo: https://www.bbc.com/mundo/noticias-56423589

2. Urrejola, J. (10 de enero de 2022). Eutanasia: ¿qué impacto tienen en Latinoamérica los recientes casos en Colombia? Obtenido de Deutsche Well (DW): https://www.dw.com/es/eutanasia-qu%C3%A9-impacto-tienen-en-latinoam%C3%A9rica-los-recientes-casos-en-colombia/a-60383023

3. Smith, W. J. (21 de octubre de 2020). No Argument Against Death. Obtenido de First Things: https://www.firstthings.com/web-exclusives/2020/10/no-argument-against-death

4. Navas, M. (10 de diciembre de 2021). 'Ni vivir así… ni morir así': la controvertida eutanasia psiquiátrica. Obtenido de El Tiempo: https://www.eltiempo.com/vida/ciencia/la-controvertida-practica-de-la-eutanasia-psiquiatrica-638055

5. BBC News Mundo. (7 de junio de 2019). Qué son la eutanasia pasiva y activa y en qué se diferencian del suicidio asistido. Obtenido de BBC News Mundo: https://www.bbc.com/mundo/noticias-48551092

6. Bomford, A. (2019, enero 31). La polémica sobre las personas que eligen la eutanasia para no sufrir por demencia senil. Retrieved from BBC News: https://www.bbc.com/mundo/noticias-47062242

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